Artículo publicado en la Revista del Domingo del Grupo Joly
17 de febrero de 2008
No hay quien dude en España de la dureza de la vida política. Por eso, mucha gente miramos a los políticos de una forma un tanto esquizofrénica: por un lado, estamos prestos a criticarlos, pero por otra no dejamos de admirarlos, reconociendo su dedicación y entrega a la defensa de su ideología. Tomemos, por ejemplo, a los dos grandes líderes andaluces, Manuel Chaves y Javier Arenas. ¿Cuántos profesionales de otros ámbitos serían capaces de salir todos los días a primeras horas de su casa para volver a las tantas y en medio soportar todo tipo de abrazos, besos, empujones y algún que otro ataque? Y fines de semana libres, los mínimos. Y vacaciones, con cuenta gotas, por no hablar de sus horas extras en todas las ferias de Andalucía. Sin embargo, me parece que lo más duro para un político no es soportar ese esfuerzo físico continuo que exige la tiranía de la imagen, sino la tremenda incomprensión que muchas personas del común demostramos ante sus siempre bien elaborados planteamientos. Pagamos su dedicación con valoraciones paupérrimas, tanto que hace ya quinquenios que nadie sueña con sacar buenas notas en las encuestas sobre la actuación de los políticos. Un 5'4 obtuvo Chaves en la última que recuerdo y un 4'9, Arenas. El seis lleva camino de ser casi tan inalcanzable para un político como la luna para la mayoría de los mortales.
Me parece que buena parte de esa baja valoración se debe no a ellos, sino a lo poco preparados que estamos los ciudadanos para entender los matices de la vida política. Así, por ejemplo, todavía algunos no hemos comprendido los argumentos de Chaves -a pesar de que lleva cuatro años explicandolo- para considerar que la política de alianzas de Aznar con los nacionalistas en la legislatura 1996-2000 ponía en riesgo la cohesión y la solidaridad interterritorial, mientras que en la actual la alianza de Zapatero con los nacionalistas las refuerza. Personalmente, creo que con un poco de paciencia podré comprender por qué el programa electoral del PSOE-A es un contrato con los andaluces en el que sus cláusulas son compromisos firmes, por más que todavía esten pendientes algunas propuestas de impacto de comicios anteriores (como el sueldo para las amas de casa, habitaciones individuales en los hospitales, etc.).
No es menor la dificultad para entender muchas de las opiniones de Javier Arenas, comenzando por sus reiteradas críticas a la larga permanencia de Chaves en el poder, sin ver contradicción en que él lleva controlando el PP de Andalucía poco más o menos el mismo tiempo. Hace falta más sutiliza de la que muchos tenemos para comprender por qué cuando era Ministro le parecía inadecuado que la Junta reclamara la deuda histórica y nada más volver a ser el líder andaluz propuso una enmienda a los Presupuestos autonómicos de 2005 para que se incluyera. Por no hablar de lo incomprensible que supone que la propuesta del PSOE-A de enseñar catalán, gallego y vasco en las Escuelas Oficiales de idiomas andaluzas sea “la mayor coartada para el nacionalismo”, al mismo tiempo que defiende la propuesta de Esperanza Aguirre de crear un colegio catalán porque “no tiene nada que ver” con la de Chaves y silencia que en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid ya se enseñan esta lenguas.
El chapapote y el riesgo ecológico para la Bahía de Algeciras, el urbanismo salvaje, la marcha de la economía, etc. Podríamos multiplicar casi hasta el infinito los ejemplos en los que un análisis superficial llegaría a la conclusión de que los políticos cambian de opinión según su partido esté en el gobierno o en la oposición. Sin duda, les duele la radical incapacidad de muchos aficionados para comprender que la política tiene sus propias reglas y que en ella no son aplicables ideas como que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, el precedente obliga a decir lo mismo que en el caso anterior, hay que predicar con el ejemplo, etc. Para paliar, en parte, este dolor y para hacer que haya menos personas sobre las que recaiga la ingrata tarea de representar al pueblo -que tan mal les paga- creo que podría ser útil una modificación de la ley electoral que dejara vacío el mismo porcentaje de escaños que votos en blanco se produjeran. Pero me temo que su afán de servicio no les va a permitir hacer una propuesta así.
17 de febrero de 2008
No hay quien dude en España de la dureza de la vida política. Por eso, mucha gente miramos a los políticos de una forma un tanto esquizofrénica: por un lado, estamos prestos a criticarlos, pero por otra no dejamos de admirarlos, reconociendo su dedicación y entrega a la defensa de su ideología. Tomemos, por ejemplo, a los dos grandes líderes andaluces, Manuel Chaves y Javier Arenas. ¿Cuántos profesionales de otros ámbitos serían capaces de salir todos los días a primeras horas de su casa para volver a las tantas y en medio soportar todo tipo de abrazos, besos, empujones y algún que otro ataque? Y fines de semana libres, los mínimos. Y vacaciones, con cuenta gotas, por no hablar de sus horas extras en todas las ferias de Andalucía. Sin embargo, me parece que lo más duro para un político no es soportar ese esfuerzo físico continuo que exige la tiranía de la imagen, sino la tremenda incomprensión que muchas personas del común demostramos ante sus siempre bien elaborados planteamientos. Pagamos su dedicación con valoraciones paupérrimas, tanto que hace ya quinquenios que nadie sueña con sacar buenas notas en las encuestas sobre la actuación de los políticos. Un 5'4 obtuvo Chaves en la última que recuerdo y un 4'9, Arenas. El seis lleva camino de ser casi tan inalcanzable para un político como la luna para la mayoría de los mortales.
Me parece que buena parte de esa baja valoración se debe no a ellos, sino a lo poco preparados que estamos los ciudadanos para entender los matices de la vida política. Así, por ejemplo, todavía algunos no hemos comprendido los argumentos de Chaves -a pesar de que lleva cuatro años explicandolo- para considerar que la política de alianzas de Aznar con los nacionalistas en la legislatura 1996-2000 ponía en riesgo la cohesión y la solidaridad interterritorial, mientras que en la actual la alianza de Zapatero con los nacionalistas las refuerza. Personalmente, creo que con un poco de paciencia podré comprender por qué el programa electoral del PSOE-A es un contrato con los andaluces en el que sus cláusulas son compromisos firmes, por más que todavía esten pendientes algunas propuestas de impacto de comicios anteriores (como el sueldo para las amas de casa, habitaciones individuales en los hospitales, etc.).
No es menor la dificultad para entender muchas de las opiniones de Javier Arenas, comenzando por sus reiteradas críticas a la larga permanencia de Chaves en el poder, sin ver contradicción en que él lleva controlando el PP de Andalucía poco más o menos el mismo tiempo. Hace falta más sutiliza de la que muchos tenemos para comprender por qué cuando era Ministro le parecía inadecuado que la Junta reclamara la deuda histórica y nada más volver a ser el líder andaluz propuso una enmienda a los Presupuestos autonómicos de 2005 para que se incluyera. Por no hablar de lo incomprensible que supone que la propuesta del PSOE-A de enseñar catalán, gallego y vasco en las Escuelas Oficiales de idiomas andaluzas sea “la mayor coartada para el nacionalismo”, al mismo tiempo que defiende la propuesta de Esperanza Aguirre de crear un colegio catalán porque “no tiene nada que ver” con la de Chaves y silencia que en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid ya se enseñan esta lenguas.
El chapapote y el riesgo ecológico para la Bahía de Algeciras, el urbanismo salvaje, la marcha de la economía, etc. Podríamos multiplicar casi hasta el infinito los ejemplos en los que un análisis superficial llegaría a la conclusión de que los políticos cambian de opinión según su partido esté en el gobierno o en la oposición. Sin duda, les duele la radical incapacidad de muchos aficionados para comprender que la política tiene sus propias reglas y que en ella no son aplicables ideas como que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, el precedente obliga a decir lo mismo que en el caso anterior, hay que predicar con el ejemplo, etc. Para paliar, en parte, este dolor y para hacer que haya menos personas sobre las que recaiga la ingrata tarea de representar al pueblo -que tan mal les paga- creo que podría ser útil una modificación de la ley electoral que dejara vacío el mismo porcentaje de escaños que votos en blanco se produjeran. Pero me temo que su afán de servicio no les va a permitir hacer una propuesta así.
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