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NO NOS DISTRAIGAMOS CON LA REFORMA ELECTORAL

Artículo publicado en el Anuario Joly Andalucia 2012, junio de 2012.


1.    El descrédito de la política, o mejor, de los políticos, puesto de manifiesto por las encuestas científicas y por las aficionadas, esas que todos nos hacemos con una cerveza entre las manos mientras resolvemos los problemas del país, ha inspirado durante 2011 una amplia corriente de opinión favorable al cambio en la forma de selección de nuestros representantes,  sin duda una de las reivindicaciones del 15-M más compartidas por el resto de la sociedad. Pero de ¿qué hablamos cuando hablamos de reformar el sistema electoral? De un sistema electoral justo, de un sistema que acerque los representantes a los votantes y de otras cuestiones similares que nadie en su sano juicio moral y político se atrevería a contradecir. Pero detrás de todos esos conceptos-fuerza hay multitud de detalles que hay que concretar con cuidado porque, con la ayuda del diablo, pueden producir unos efectos desastrosos.

2.    Tomemos, por ejemplo, la primera idea de un sistema electoral justo, que muchas veces se entiende como sinónimo de sistema estrictamente proporcional: si UPyD obtiene el 4'70% de los votos al Congreso, lo justo sería que obtuviera el mismo 4'70% de los 350 diputados (16) y no solo cinco diputados como realmente tiene, el 1'43%. En sentido contrario, si el PP ha obtenido el 44'63% de los votos debería de tener solo 155 diputados y no 186 como consiguió el 20-N. Y así todos los partidos:  subirían en escaños IU y los demás partidos pequeños y bajarían PP y PSOE. Creo que es interesante señalar que Convergencia i Unio y el PNV, frecuentemente tachados de ser los grandes beneficiarios del actual sistema electoral, no sufrirían una variación importante porque desde las primeras elecciones de 1977 su porcentaje de votos se viene correspondiendo, elección tras elección, con su porcentaje de escaños (3% y 1'5% de media respectivamente).

    Ahora bien, un sistema estrictamente proporcional ¿es lo mismo que un sistema justo? O si dejamos de lado el adjetivo justo, con sus connotaciones morales, nos podemos preguntar si el sistema estrictamente proporcional permite formar gobiernos capaces de afrontar los retos de un Estado moderno o si por el contrario facilita la creación de gobiernos de coalición incapaces de desarrollar un programa de actuación coherente. Desde luego, los ejemplos de amplias coaliciones que tenemos en España en los niveles municipal y autonómico no son especialmente estimulantes para realizar esta reforma porque casi siempre han aparecido como un pacto para dejar en la oposición al partido más votado y luego repartirse los cargos como un botín. Si miramos en el exterior, la tremenda fuerza que en Israel tienen los partidos religiosos en el Gobierno, con porcentajes pequeños de voto, tampoco invita a adoptar un sistema proporcional puro. Y mejor guardar silencio sobre los gobiernos españoles sin mayoría absoluta (como los salidos de las elecciones de 1993, 1996, 2004 y 2008) que tomaron no pocas decisiones sobre el Estado autonómico no por convicción del Gobierno sino para lograr el voto favorable de los nacionalistas en otros asuntos completamente distintos. Por eso y sin necesidad de apoyarme en la amplia corriente de opinión teórica que defiende el bipartidismo (recordemos por ejemplo a Karl Popper y Maurice Duverger) creo que el actual sistema proporcional atemperado puede lograr en España las tres funciones de crear representación, legitimidad y gobierno mejor que uno estrictamente proporcional. Puestos a cambiar algo, yo reforzaría la tendencia mayoritaria de nuestro sistema proporcional para permitir que el partido más votado pudiera gobernar en solitario, por ejemplo con una prima a ese partido, como sucede en Italia, para que logre la mayoría en el Congreso.


3.    Pero en fin, si se quisiera establecer el sistema proporcional puro en España -al que no se le puede negar que produce un mapa político a la escala de lo que ha votado el cuerpo electoral-  técnicamente no sería muy difícil porque se puede hacer sin necesidad de cambiar la Constitución, como el Consejo de Estado tiene estudiado: basta con subir el número de diputados de 350 a 400 y repartir a nivel nacional esos 50 nuevos diputados de forma estrictamente proporcional. Sí que tendríamos que reformar la Constitución -que declara en su artículo 68.2 que la provincia es la circunscripción electoral- para implantar en España el sistema del doble voto alemán, que consiste en elegir a la mitad de los diputados directamente en circunscripciones uninominales y a la otra mitad en listas autonómicas. Sistema exquisitamente proporcional que además permite elegir directamente a  personas concretas. Lo mejor de dos mundos, el sistema mayoritario y el proporcional, por lo que no es extraño que lo hayan defendido personas de la relevancia académica y social de Manuel Jiménez de Parga. Ahora bien, el sistema alemán tiene la precaución de combatir el fraccionamiento del Bundestag con una barrera electoral del 5%, que si se traspasara a España podría dejar sin representación a muchos partidos, empezando por la propia UPyD. Es más,  supondría que los únicos partidos bisagra fueran los nacionalistas (que se presentarían coligados para superar la barrera) y que lo fueran de manera habitual, no ocasionalmente como ha ocurrido en el pasado ya que ni en la supervictoria de 1982 de Felipe González y el PSOE el partido ganador ha logrado más del 50% de los votos. Nada diré de la dificultad política de convencer al PP y al PSOE de que reformen la Constitución para aprobar un sistema electoral que les perjudicaría.

4.   Mucho más fácil parece superar otra de las grandes críticas que recibe el sistema electoral: las listas cerradas y bloqueadas, al parecer origen de muchos de los males que tiene la política española. Bastaría una pequeña modificación en la ley orgánica electoral para permitir que los votantes cambiáramos el orden de los candidatos. ¿Se llenarían entonces la lista de personas competentes, con criterio propio dispuestos a debatir con gran nivel los cientos de asuntos que ve el Congreso? ¿Y los electores nos estudiaríamos detenidamente el curriculum de cada candidato para ponerlo en su lugar adecuado? Nada de esto ha sucedido nunca en las elecciones al Senado, donde desde 1977 no solo la lista no está cerrada sino que tampoco está bloqueada, lo que en teoría nos permitiría elegir a los tres mejores candidatos, aunque no fueran del mismo partido. Sin embargo, la inmensa mayoría de los votantes le dan sus tres votos al mismo partido y no consta que los partidos se esfuercen por buscar personas de especial relevancia social para llevarlos en sus listas. 

5.    Seamos realistas: las elecciones a las Cortes Generales se han transformado en elecciones a la Presidencia del Gobierno y por eso el grueso de los votantes decide su voto atendiendo únicamente al partido y al candidato a esa presidencia, siendo muy residual el papel de los candidatos locales. Una tendencia que, además, se observa en toda Europa continental, incluida la propia Alemania, donde -según cuentan los especialistas de ese país- los diputados elegidos en distritos uninominales siguen fielmente las directrices de su partido respectivo, muy lejos del modelo anglosajón (por lo demás algo idealizado) de parlamentario independiente.

    Si esto es así y queremos proponer reformas que sirvan para mejorar la calidad democrática de nuestra política, entonces deberíamos de concentrarnos en otras áreas de la actividad de los poderes públicos, en lugar del sistema electoral para el Congreso. La primera y más evidente es la selección del candidato a presidente, que debería de serlo mediante el sistema de primarias, incluyendo a simpatizantes de cada partido. Después podríamos seguir por cambiar la ley orgánica de partidos políticos  para que estos cumplieran mejor en su práctica cotidiana el mandato constitucional de tener una estructura y funcionamiento democráticos. Si no queremos rompernos la cabeza en su diseño, bastaría con copiar la ley alemana de partidos, que hace algunos años la propia embajada alemana tradujo al español no sé si con la ilusión de que se tuviera en cuenta en la elaboración de la Ley de partidos de 2002. Y si queremos ser menos ambiciosos, podríamos limitarnos a seguir las recomendaciones que en mayo de 2009 nos dio el GRECO (Grupo de Estados contra la corrupción, un órgano del Consejo de Europa) para aumentar la transparencia de los partidos políticos. Claro que como se trata de pequeñas medidas, ninguna de ellas se ha adoptado de forma completa pues nuestros políticos prefieren no entretenerse en pequeñas reformas y concentrarse en buscar el sistema electoral perfecto. Parece una readaptación de la famosa frase del Gatorpardo: Distraigámonos buscando un nuevo sistema electoral, para que todo siga igual.

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