Hoy ha sido la brillante presentación del Libro Homenaje al profesor Rafael Barranco Vela en el Crucero del Hospital Real. Mi aportación a él consta de dos parte, un artículo científico -me temo que algo pesado para los que no sean del gremio- titulado "La participación de las Comunidades Autónomas en las decisiones de la Unión Europea" y una semblanza personal que copio debajo.


RECUERDO DE FALO BARRANCO
En la primavera de 1982 realicé un curso de Doctorado sobre la Comunidad Autónoma de Andalucía impartido por el profesor Manuel Pallarés, un gran administrativista muy querido por mí y ya lamentablemente desaparecido. En un ambiente relajado, los casi veinte alumnos matriculados discutíamos de muchas cosas y en un momento determinado la discusión giró (o mejor, desbarró) hacia Iberoamérica y las causas de su subdesarrollo, que para mí entonces estaban muy claras: el capitalismo, en general, y el imperialismo americano, en particular. Sin embargo, un compañero de pelo rizado y bigote poblado me contradijo educadamente argumentando que los verdaderos motivos del atraso latinoamericano residían más en causas internas que foráneas, por muy brillante que fuera la tópica frase “Pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, que había citado yo un momento antes. Democracia y mercado serían mucho más eficaces para el desarrollo que la revolución castrista, apostilló.
Así empezó mi amistad con Falo y así siguió durante años y años: discusiones y más discusiones, en las que lentamente le iba dando la razón en los aspectos principales (como que no puede haber libertad sin mercado) y me atrincheraba en los secundarios para poder seguir llevándole la contraria. Por fortuna, pudimos mantener muchas conversaciones pues la vida nos dio la oportunidad de hacer muchas cosas juntos. Primero, de forma accidental, porque coincidimos durante un par de años en el Departamento de Derecho Político, y luego ya de forma consciente y querida: paseos -me inoculó el virus de coleccionar libros sobre Granada-, cenas, trasnoches, viajes. Muchos viajes: desde la cercana Alhama, para fotografiar los molinos de su río, hasta el lejano Potosí, para meternos en una de sus legendarias minas de plata. Lo recuerdo yendo siempre con su sonrisa, su máquina de fotos último modelo a cuestas y, en alguna que otra ocasión, corriendo a toda marcha para no perder el tren o el avión.
De todos estos viajes, hay uno especialmente memorable: el que hicimos en verano de 1989 por Canadá en nuestros respectivos viajes de novios. Tiempo de felicidad, proyectos y simpáticas anécdotas que repetidamente nos han hecho reírnos de nosotros mismos a carcajadas cada vez que las hemos recordado. Ya no, ahora Inma y yo no podemos hablar de ellas sin que se nos nuble la cara y se nos encoja el corazón. El dolor de su ausencia nos invade. Por fortuna, tengo grabada en mi retina unas imágenes que me ayudan a soportarlo: cierro los ojos y veo a Irene y Falo remando en una canoa sobre las aguas relucientes del lago Nominingue, en el interior de Quebec; nuestras dos canoas están completamente solas en un espacio de una belleza indescriptible; nos rodean el silencio del bosque y el verde de las montañas. Siento el nirvana budista dentro de mí. Miro a Inma y me devuelve una sonrisa de complicidad maravillosa que acrecienta todavía más mi estado de felicidad. Miro a la otra canoa y levanto el remo para saludar, justo en el momento en que Falo está haciendo el mismo gesto. Estamos en la misma onda.
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