jueves, 7 de julio de 2016.
El arte de la Guerra, la Jurisprudencia, la Economía y todas las demás ciencias
sociales que la Humanidad ha ido desarrollando a lo largo de su azarosa
existencia tienen sus leyes, es decir, sabemos que unos determinados
comportamientos originaran unas determinadas consecuencias. Como el principio
de causalidad no se aplica con el mismo rigor de las ciencias naturales (la ley
de la gravedad no desaparece nunca mientras que no siempre se cumplen los
pronósticos de los sociólogos), hay quien piensa que está en las manos de los
hombres cumplirlas o no; sobre todo en el terreno de la política, un ámbito
complejo donde -como decía Maquiavelo-
es más importante lo que se aparente ser que lo que realmente se sea. Pero una
cosa es que un individuo pueda actuar con libertad y otra que si ese
comportamiento va contra la lógica política no tenga consecuencias negativas,
como Shakespeare ilustra literariamente en Macbeth y le está sucediendo al
PSOE, que tras saltarse un par de leyes
de la Ciencia Política, ha cosechado su peor resultado histórico, con solo 85
diputados y 43 senadores electos.
Tras
los pésimos resultados del 20-D, la Ciencia Política aconsejaba al PSOE dejar
gobernar al PP, como Felipe González –un gran especialista en el arte de
Maquiavelo- vio desde el primer momento. El PSOE en la oposición ganaría tiempo
para reformular su proyecto político y, de paso, se alejaría cronológicamente
de la mala impresión que en la mayoría de los españoles dejó el Gobierno
Zapatero, a la vez que le dificultaría a Rajoy seguir escudándose en la
“herencia” recibida al quedar esta cada vez más lejos. Sin embargo, Pedro Sánchez prefirió
desdecirse de todos las descalificaciones que había usado antes de las elecciones
contra Podemos -incluido que no pactaría nunca con él- para recalificarlo como
partido del cambio y pedirle su voto para ser elegido Presidente del Gobierno.
Casi todo el mundo sabía que era una apuesta destinada al fracaso pues era
imposible pactar al mismo tiempo con Ciudadanos y con Podemos, pero la
dirección del PSOE parecía muy satisfecha por acaparar durante unos días la
atención mediática, sin ser consciente del lamentable espectáculo que estaba
propiciando al buscar desesperadamente el voto de un partido al que había
calificado reiteradamente de populista antisistema y cuyas actuaciones
poselectorales -desde la astracanada de la sesión constitutiva del Congreso,
hasta la exigencia de ministerios concretos- no eran precisamente pruebas de
que hubiera dejado de serlo.
El
fracaso de la investidura dejó al PSOE en una situación muy delicada, incapaz
de articular una alternativa al PP y humillado por Podemos. Sin embargo, todavía tenía en su mano cumplir el adagio
optimista que dice que detrás de un problema puede haber una oportunidad: ese
fracaso lo legitimaba para intentar pactar con el PP otro candidato que no
fuera Rajoy a cambio de facilitar su investidura, estrategia que le evitaba las
nuevas elecciones, marcando así las
diferencias entre el PSOE, como gran partido socialdemócrata serio, y el populismo
irresponsable de Podemos. Incluso el fracaso de la investidura permitía que
Sánchez dimitiera con cierta dignidad y diera paso a otro líder que trajera
aire nuevo a las filas socialistas. Nada de eso se hizo y el PSOE persistió en
su negativa a facilitar el Gobierno del PP, con lo que las elecciones generales
se hicieron inevitables.
Desde
que el Rey disolvió las Cortes y convocó las nuevas elecciones el 3 de mayo, el
PSOE siguió sin hacerle mucho caso a la Ciencia Política. Y si es comprensible que la falta de tiempo
le impidiera cambiar de líder, no lo es tanto que Pedro Sánchez centrara su
campaña en recordar una y otra vez su fracaso en la investidura de marzo y en quejarse
de la negativa de Iglesias. Su insípida actuación en el debate de los cuatro
candidatos y su metedura de pata con David de Gea demuestran que Sánchez no
está preparado para el cargo que ostenta, o como se decía en la Transición, que
cumple el principio de Peter y ha llegado a su nivel de incompetencia, como han
refrendado los resultados electorales. Haciendo de la debilidad virtud, Sánchez
y los suyos quieren olvidar que han perdido 120.000 votos y cinco diputados en
seis meses para centrarse en que no se ha producido el sorpasso, como si fuera mérito suyo -y no de la sociedad española-
que el populismo no haya pasado del 22% de los votantes.
¿Persistirá
el PSOE en su desprecio a las leyes
de la Ciencia Política y nos llevará a
unas terceras elecciones? Esperemos que antes de actuar, y olvidando sus
primeras reacciones, sus dirigentes reflexionen y tomen muy en serio la
recomendación de Maquiavelo: la sabiduría consiste en “saber distinguir la
naturaleza del problema y en elegir el mal menor”.
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