Artículo publicado en EL ESPAÑOL, el 15 de agosto de 2022, en el 75 aniversario de la independencia de la india
Agustín Ruiz Robledo
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Granada y Profesor Visitante en la Jindal Global Law School
Los
años siguientes tampoco fueron especialmente tranquilos, con la incorporación
por la fuerza del sultanato de Hyderabad; el permanente conflicto entre los sijs
y en gobierno central en Punjab, con episodios tan violentos como la toma del
Templo Dorado por el Ejército y el asesinato de Indira Gandhi; la derrota en la
guerra fronteriza con China; los mínimos avances en el desarrollo social y
económico del país que conseguía la política planificadora del Partido del
Congreso, con la familia Nehru-Gandhi al frente, etc. En la década de 1980, los
sueños de la independencia estaban lejos de cumplirse y cundía en la sociedad
india la sensación de proyecto incompleto, sino fallido. Salman Rushdie logró
expresar toda la distancia entre el ideal y la realidad en su fascinante Hijos de la Medianoche, que concluye con las
tristes palabras de Saleem Sinai, nacido en el primer minuto de la
independencia y personificación de todo el país: “es privilegio y maldición de
los hijos de la medianoche ser a la vez dueños y víctimas de su tiempo”.
Sin
embargo, pasados otros treinta y tantos años; cuando Narendra Modi, el primer
ministro desde 2014, ice hoy la bandera por 76ª vez en el Red Fort de Delhi y desde allí se dirija a la
nación en un discurso televisado, podrá desgranar un buen número de logros
colectivos de los más de 1.400 millones de indios repartidos en sus 28 estados
federados. Así, de ser un país extremadamente pobre y atrasado en tiempos del Raj, en la actualidad es una potencia
económica mundial de las de más rápido crecimiento, con una pujante clase
media, un descenso continuo de la pobreza, no más del 13% de la población, y un
analfabetismo que pronto será residual, solo el 12% en 2021; todo lo cual le
lleva a un índice de desarrollo humano de 0,645, en la cabeza de los países de
desarrollo medio. Un éxito que en mi opinión se debe en gran medida al
liberalismo económico que logró introducir en los años 90 el gran economista
Manmohan Singh, primero como ministro de Hacienda y luego como jefe del
Gobierno del Partido del Congreso; política continuada por sus sucesores a
pesar de pertenecer a su archiadversario Bharatiya Janata Party (BJP, Partido
Popular Indio).
Desde
el punto de vista de la organización estatal, es digno de resaltar que la India
ha mantenido en todos estos años el sistema democrático con el que empezó su
andadura como Estado independiente, algo que prácticamente ningún otro gran
Estado surgido de la descolonización ha logrado. Más todavía, y salvo
inadvertencia por mi parte, me parece que no hay ninguna otra Constitución en
el Mundo que se defina como “socialista” y sea al mismo tiempo soporte de una
democracia. Ni siquiera pueden comparársele Paquistán y Bangladés, que comparten
un pasado común, trufadas sus vidas democráticas de golpes de Estado. La razón
no puede ser únicamente que sus élites políticas y sociales han sabido mantener
el legado de respeto por el rule of law que
le dejó el Imperio Británico, porque entonces un buen número de estados
africanos y asiáticos llevarían décadas de gobiernos democráticos ininterrumpidos. Amartya Sen, premio Nobel de Economía, ha argumentado con razones convincentes que
la causa reside en un pasado de tolerancia religiosa y de pluralismo cultural
que se remonta, sin dificultad, hasta los tiempos del emperador Ashoka, dos
siglos antes de Cristo.
Precisamente,
si en estos momentos la democracia india afronta algún riesgo importante no es
otro que el crecimiento de una corriente intolerante del hinduismo, Hindutva, que quiere que la India deje de ser un estado
laico y se declare hinduista, lo que convertiría a más de 200 millones de
musulmanes en ciudadanos de segunda. Narendra Modi y su BJP no están lejos de
esta ideología, así como de ciertas tendencias populistas autoritarias que han
hecho que el Instituto Varieties of Democracy de la Universidad de Gotemburgo
en su informe de 2021 calificara a la India como una “autocracia electoral”,
definición que se queda muy corta con la que este mismo mes ha hecho un líder
indio opositor, Uddhav Thackeray: con el
gobierno del BJP la India se desliza hacia “una dictadura hitleriana”. Sus
palabras suenan un tanto exageradas cuando el partido de ese mismo político, el
Shiv Sena, gobierna un estado tan importante como Maharastra (donde se
encuentra Bombay, la capital económica de la India y viven más de 110.000
millones de personas). Pero sí es verdad
que los demócratas indios -incluidos los miembros del BJP- deben luchar por
evitar que su democracia se degrade. Sin duda, le ayudará esa cultura
pluralista milenaria a la que se refería Sen y que fue la razón por la que,
lejos de elegir un canto guerrero, la
Asamblea constituyente eligió en 1950 como himno nacional un poema de
Rabindranath Tagore que alaba la unidad en la diversidad de la Madre India, donde
multitud de lenguas y religiones “rezan por tus bendiciones y cantan tus
alabanzas”.
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