ADDENDA: UNA RETIRADA CONFORME A LA CONSTITUCIÓN. LA LEY DEL SUELO NO SE PUEDE RETIRAR DE CUALQUIER MANERA
ADDENDA;
El Consejo de Ministros del miércoles 26 de febrero de 2025 ha acordado retirar el proyecto de ley que regula el régimen del comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero. Así se toman las decisiones conforme al Estado de Derecho, y no como la retirada de la Ley del Suelo.
No sé sí mi artículo habrá ayudado al Gobierno a corregir su actuación anterior, En cualquier caso, es una alegría ver que el Ejecutivo rectifica y ahora respeta los trámites formales. Como decía el gran Rudolf von Ihering: “Enemiga jurada de la arbitrariedad, la forma es hermana gemela de la libertad".
Artículo en EL ESPAÑOL del domingo 26 de mayo de 2024
LA LEY DEL SUELO NO SE PUEDE RETIRAR DE CUALQUIER MANERA
Las formas en la elaboración de las leyes importan:
no son sólo reglas del juego entre políticos,
son también garantía de los derechos de los ciudadanos
A las ocho de la mañana del miércoles 23 de mayo, se presentó en el Registro General del Congreso una carta del Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes dirigida a la Excma. Sr. Presidenta del Congreso cuyo objeto era únicamente adjuntarle otra carta. Esta segunda misiva, del Ministro de la Presidencia, también iba dirigida a la misma Excma. Presidenta comunicándole que el Gobierno retiraba el Proyecto de Ley de Suelo y Rehabilitación Urbana, que se iba a debatir una hora más tarde. Con lógica cartesiana, la presidenta suprimió ese punto del orden del día del Pleno porque el artículo 128 del Reglamento del Congreso establece que “El Gobierno podrá retirar un proyecto de ley en cualquier momento de su tramitación ante la Cámara”. Nadie ha discutido esa decisión, si bien las valoraciones que de ella han hecho tanto los partidos como los comentaristas políticos han sido distintas y, algunas de ellas, opuestas.
¿Pero
se puede comentar esa retirada desde una perspectiva jurídica? Creo que sí,
incluso dejando al margen lo ridículo que parece que un secretario de Estado
comunique a la presidenta del Congreso que le adjunta un escrito de su ministro
dirigido a esa misma presidenta. Ridículo que se acrecienta si leemos la carta
del ministro: más de la mitad de su contenido consiste en explicar a la
Presidenta que su carta va precedida de un escrito del Secretario de Estado “de
conformidad” con un Real Decreto que establece las competencias de los
distintos órganos del Ministerio de la Presidencia; algo que inevitablemente
nos recuerda los cuentos de Kafka basados en absurdos burocratismos, por no
hablar del famoso contrato de los Hermanos Marx en Una noche en la ópera: “la parte contratante de la primera parte
será considerada como la parte contratante de la primera parte”.
Vayamos
a lo sustancial: el Ministro de la Presidencia informa de que el “Gobierno”
retira el Proyecto, ¿pero qué norma autoriza al Ministro de la Presidencia no ya
a arrogarse la representación del Gobierno, sino a decidir por todo el Gobierno?
Como hemos visto, su carta se enreda en una interpretación absurda de sus
competencias y las del Secretario de Estado, pero no cita la
norma que le autoriza a actuar en nombre del Gobierno.
Si leemos por
nuestra cuenta la Ley 50/1997, del Gobierno, y el Real Decreto 829/2023, de 20
de noviembre, por el que se reestructuran los departamentos ministeriales,
tampoco encontramos respuesta a la pregunta.
Es más, la Ley del Gobierno ordena: “Al Consejo de Ministros, como
órgano colegiado del Gobierno, le corresponde aprobar los proyectos de ley y su
remisión al Congreso de los Diputados”. Por tanto, si fue el Consejo de
Ministros el que aprobó el Proyecto de la Ley del Suelo -exactamente en su sesión
de 26 de marzo pasado- debe ser el mismo Consejo de Ministros el que acuerde retirarlo, en una elemental aplicación
del principio jurídico de contrarius
actus, que con tanto provecho ha usado nuestro Tribunal Constitucional en
supuestos similares de decisiones colegiadas.
Llegados
a este punto, se me puede criticar que ahora soy yo el que se ha enredado en un
estéril formalismo porque, si el PSOE está de acuerdo en esa retirada y Sumar
la ha valorado positivamente, sobra que se reúna el Consejo de Ministros para
acordar algo en que los dos socios de la coalición coinciden. Es más, tampoco
ha protestado ningún partido de la oposición, de tal manera que podemos
alcanzar una conclusión uti valeat:
seamos prácticos y debatamos el fondo del asunto, sin hacer perder el tiempo a
los ministros, que bastante trabajo tienen ya, incluido el de discrepar públicamente
entre ellos, arrinconando en el baúl de los dogmatismos inútiles el principio
de unidad de acción del Gobierno.
Comprendo esa forma de pensar, pero ese
desprecio por las formas es preocupante. Primero, porque si se relativiza la
importancia de los trámites es difícil determinar en cada caso concreto cuándo
un trámite es sustancial y cuándo secundario, como demuestran las controversias
en el seno mismo del Constitucional a la hora de distinguir entre vicios
sustanciales y secundarios en el procedimiento legislativo. Pero, además de por
ese debilitamiento de la seguridad jurídica, hay otra razón para preocuparse, más
intangible y psicológica: si se pone sordina al incumplimiento de los pequeños
formalismos corremos el riesgo de que los políticos empiecen a considerar que
las leyes están llenas de enojosos trámites que los limitan en su sano afán de
lograr el bien común.
Y en
España, nuestros políticos se están
habituando a no cumplir los pequeños formalismos: hoy ha sido el ministro de
Presidencia, cabe colegir que por orden de la superioridad (por no usar la grosera definición de cierto
ministro); anteayer fue la ministra de Sanidad acudiendo a una manifestación en
contra de la gestión sanitaria del PP de Madrid; trasanteayer, el Grupo Parlamentario Socialista presentando una enmienda al
proyecto de ley de Paridad para enmendar la Ley de Gobierno en un
punto que no tiene que ver con la igualdad de sexos, la disminución de la
participación ciudadana en la tramitación de las leyes; todos los días, los
ministros y el presidente no contestando las preguntas de la oposición en las
sesiones de control parlamentario o a la de periodistas incómodos, etc. Como un
espejo, el PP manifiesta el mismo respeto
por las formalidades en la Comunidades que gobierna, incluso acabamos de ver
cómo quiere que el Senado instituya unos premios nacionales de tauromaquia. Dejo
para otro momento el formalismo de renovar el Consejo General del Poder
Judicial en el plazo que marca la Constitución.
En el ámbito
normativo, ese ir saltándose poco a poco los trámites formales (total, si lo mismo da que una regulación se
haga por ley que por decreto-ley, si somos el mismo partido) ha llevado a que
tanto el PSOE como el PP hayan
convertido a los decretos-leyes en la forma ordinaria de legislar, en flagrante
contradicción con la Constitución que los considera normas legislativas
excepcionales. Pero los formalismos en la toma de decisiones políticas -muy
especialmente los formalismos en la elaboración de las leyes- no son solo
reglas del juego entre políticos, son también garantía de los derechos de los
ciudadanos frente a esos mismos políticos, son frenos a la arbitrariedad del
poder. Por decirlo con las palabras de uno de los grandes teóricos ingleses del
siglo XIX, Albert V. Dicey: “el Estado de Derecho exige que nadie esté por
encima de la ley, ni siquiera el Gobierno”.
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