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Irlanda, un modelo de democracia participativa


    "Pero sobre todo, vote. Se trata de su Constitución, su moneda y su futuro. No deje que otros tomen la decisión por usted".  Con esta llamada al voto terminaba el miércoles pasado, 2 de mayo, el prestigioso The Irish Times su editorial a favor del sí en el referéndum de ratificación del Tratado de Estabilidad. Y me parece que es un buen ejemplo de la primera característica de la sociedad irlandesa que llama la atención a un extranjero poco acostumbrado a que en su país se consulte directamente a los ciudadanos: la profunda conciencia de participación ciudadana que tienen los irlandeses, que lejos de limitarse a elegir cada cinco años a sus representantes, quieren tomar por sí mismos las decisiones políticas fundamentales.  Por eso, el Gobierno irlandés -sometido a una intensa presión política y ciudadana- no pudo mantener el pasado invierno su primitiva idea de evitar el referéndum argumentando que era un tratado muy técnico que apenas incidía en los compromisos ya contraídos por Irlanda.  Más allá de las razones jurídicas que se podían  alegar para no convocarlo, lo cierto es que era insostenible políticamente haber celebrado en octubre de 2011 referendos para cuestiones relativamente secundarias como reforzar los poderes de las comisiones de investigación parlamentarias y recortar el salario de los jueces y no hacer lo mismo varios meses después para ratificar el Tratado de Estabilidad en la Unión Económica y Monetaria.

    Desde luego, el Gobierno tenía sus motivos para evitar la convocatoria de un referéndum sobre un tratado europeo: no pocos irlandeses tienen la costumbre de votar según su leal saber y entender sobre el asunto en cuestión, sin seguir  las recomendaciones que le lanzan los partidos. Así que el hecho de que los tres principales partidos apoyaran el sí (la coalición gobernante Fine Gael-Partido Laborista y el Fianna Fail) no era garantía suficiente para ganar el referéndum por más que entre los tres consiguieran en las elecciones generales de febrero de 2011 el 73% de los votos, por solo el 12,5% de los partidos contrarios (Sinn Féin y la Alianza de la Izquierda Unida). Ya se demostró en 2001 y 2008, cuando los electores irlandeses votaron  en contra de la ratificación de los Tratados de Niza y Lisboa a pesar del apoyo de los grandes partidos. O en las elecciones presidenciales del pasado octubre, donde el candidato del principal partido, Fine Gael (que había ganado las generales seis meses antes con el 36%), se quedó en cuarto lugar con un raquítico 6,4%.

    El Gobierno y los partidarios del sí afrontaron la admirable campaña del referéndum, repleta de debates en todos los medios de comunicación, dirigiéndose al bolsillo de los irlandeses: la ratificación del tratado era imprescindible para que Irlanda pudiera seguir disfrutando del apoyo europeo, muy especialmente del nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad que a partir de 2013 dispondrá de 700.000 millones de euros. La oposición respondió a lo que consideraba un argumento del miedo con una batería de razones, comenzando por resaltar que el tratado supone una pérdida de soberanía -idea muy sensible en la hipernacionalista Irlanda- y añadiendo que solo sirve para consagrar la austeridad e impedir el crecimiento, pero sin ser capaces de explicar claramente por qué el rechazo al tratado era mejor para los intereses concretos de los irlandeses, más allá de frases de diseño cuya explicación posterior era complicada como “la austeridad no funciona” o “en cualquier caso Europa no nos dejará caer”. Por eso, los partidarios del no han aparecido como firmes defensores de los principios, hasta el punto que The Irish Independent -el periódico más leído en Irlanda- pidió el voto favorable señalando que era preferible votar con la cabeza antes que hacerlo con el corazón. El mismo primer ministro, Enda Kenny, agradeció “el pragmatismo” de los votantes, que han respaldado su propuesta con un 60% de los votos.

    Ahora bien, este resultado es un éxito si se compara con los referendos anteriores sobre temas europeos, pero no es nada espectacular si volvemos a recordar el porcentaje del 73% de respaldo electoral que acumulaban los partidarios del sí. Sin duda, aunque la táctica de pedir el voto favorable acudiendo al pragmatismo ha triunfado, no por ello deja de tener ciertos costes, muy especialmente el de dejar el camino expedito para que el Sinn Féin pudiera aparecer como un partido de firmes principios, comenzando por el de apelar al pueblo para decidir sobre la ratificación del tratado. Como, al mismo tiempo ha sabido evitar el radicalismo de la Alianza de la Izquierda Unida, ha logrado proyectar la imagen de ser el auténtico partido de la oposición, sin por ello convertirse en un partido antisistema, borrando así su vieja imagen de brazo político del IRA. Esta estrategia le está dando unos frutos espectaculares, tanto que si ya tuvo un buen resultado en las elecciones de 2011 (el 9'9% de los votos, un 50% más que en las anteriores de 2007) ahora las encuestas le dan hasta un 24%, solo por detrás del  32% del Fine Gael. Pero más todavía, tras la campaña del referéndum, el líder político con más apoyo popular es Gerry Adams con un 37%, por encima incluso de Enda Kenny, que se queda en un 36%.   El gran perjudicado de este ascenso es el Partido Laborista, que baja su apoyo del 19% de 2011 al 10%. Para contrarrestar esta tendencia, al líder laborista y viceprimer ministro, Eamon Gilomore, le ha faltado tiempo nada más ganar el referéndum  para lanzar una propuesta de estímulo al crecimiento, incluso con un artículo publicado en la prensa española. No tiene fácil evitar que sus votantes descontentos se vayan en masa al Sinn Féin no solo porque tiene que luchar contra el destino trágico de los segundos partidos en las coaliciones (como el del PA en Andalucía) sino porque tiene enfrente al carismático Adams, que con constancia de benedictino está llevando a un partido antaño marginal, apoyo del terrorismo y obsesionado por el monotema de la unidad de Irlanda, a  ser  el partido hegemónico de la izquierda moderada.

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