Artículo publicado el 23 de diciembre de
2019 en el Granada Hoy y los otros ocho
periódicos del Grupo Joly.
Habent sua fata libelli, los libros
tienen su propio destino, decían los romanos para señalar que la interpretación
que hacen los lectores de un libro puede ser muy distinta a lo que quiso
transmitir su autor al escribirlo, como muestra el Quijote, cuyo significado no
ha dejado de cambiar desde que se publicó a principios del siglo XVII. Algo parecido podríamos decir sobre la forma
de entender los personajes históricos, que puede ser muy distinta a cómo ellos
se vieron a sí mismos, incluso a la importancia e incidencia social que
tuvieron en el momento en que vivieron.
Tomemos, por ejemplo, el caso del malagueño
Blas Infante, que desde que publicó en 1915 su Ideal andaluz dedicó su vida a difundir el andalucismo, sembrando
nuestra tierra primero de Centros Andaluces y después de sedes de la Junta
Liberalista, pero que políticamente tuvo unos resultados muy discretos, tanto
que el propio Infante no resultó elegido diputado en las cuatro elecciones a las
que se presentó, ni en la Restauración ni en la República. Pero que fue elegido
el 5 de julio de 1936 por los presidentes de las Diputaciones de Sevilla, Cádiz
y Jaén para ser el presidente de honor de la “Comisión Ejecutiva
Pro-Estatuto", encargada de redactar un proyecto de Estatuto e iniciar los
trámites del complejo proceso autonómico que establecía la Constitución
republicana. Sin duda, Infante era la persona que mejor simbolizaba la lucha
por la autonomía andaluza. El golpe de Estado de ese mismo mes acabó no solo
con un proyecto que daba sus primeros pasos, sino con la propia vida de
Infante.
Pues
bien, en la Transición y en la Democracia estos hechos históricos se deformaron
hasta el extremo de repetirse en muchos lugares, incluido el Pleno del Congreso
de los Diputados que aprobó el Estatuto de Andalucía en diciembre de 1981 y en
un buen puñado de páginas web oficiales, que el último domingo de septiembre de
1936 iba a celebrarse el referéndum de ratificación del Estatuto de Autonomía.
Y el Parlamento de Andalucía, dispuesto a agrandar la figura histórica de Blas
Infante hasta extremos estratosféricos, decidió por unanimidad nombrarlo en
1983 “el padre de la patria andaluza”, calificativo que el Congreso de los
Diputados repitió en abril de 2002 y que en 2007 pasó al Preámbulo del nuevo
Estatuto de Autonomía. Un título que lo más probable es que hubiera desagradado
al propio Infante pues implícitamente supone que el pueblo andaluz es su
invento, mientras que él creía que “el espíritu de un mismo pueblo ha flotado
siempre sobre esta tierra hermosa y desventurada que hoy se llama Andalucía”.
Lo
mismo que cada generación ha interpretado de forma diferente el Quijote, ahora
parece abrirse paso una interpretación de Blas Infante totalmente opuesta a la
que hemos visto en cuarenta años de Autonomía. Infante sería según esta nueva
interpretación de la historia, un héroe inventado, un mito usado por
tergiversadores profesionales para adoctrinar a los andaluces en la gran
mentira de la falsa autonomía y hacerles olvidar que solo existe la patria
española. Dejando ahora al margen lo mal que lo habrían hecho esos
manipuladores pues para nada ha crecido entre los andaluces el sentimiento
nacionalista y ni siquiera se mantiene un partido andalucista, lo cierto es que
Blas Infante no solo existió, sino que logró formar un movimiento andalucista,
desde luego sin la fuerza política y social de los movimientos similares de
Sabino Arana en el País Vasco y Prat de la Riba en Cataluña, pero también es
verdad que en su ideología no había ni racismo ni denigración de España, como
demuestra el lema que eligió para nuestra tierra: “Andalucía por sí, para
España y la Humanidad”.
El
péndulo de la Historia parece dispuesto a deformar otra vez a Blas Infante, de
tal manera que de él se podría escribir lo mismo que escribió Miguel de Unamuno
del Quijote: "En cientos de obras se ha sacado a don Quijote y se le ha
hecho decir y hacer lo que ni hizo ni dijo". Por eso, va siendo hora ya de
que los hunos y los hotros lo dejen tranquilo para que así los
historiadores nos lo puedan mostrar lo más objetivamente que sea posible.
Comentarios