Artículo publicado el 12 de enero de 2020 en el Granada Hoy y los otros ocho periódicos del Grupo Joly.
!
“España
está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor
respeto a las leyes fundamentales de la Nación”. El texto parece muy actual, una de las
típicas frases exageradas que recorren las redes sociales para calificar a un
Gobierno que cambia con cierta frecuencia de opinión, como señalar un día que es imposible hacer transferencias a cuenta del presupuesto de
2019 a las Comunidades Autónomas y otro afirmar que son legalmente posibles,
sin que todavía nos haya explicado los argumentos jurídicos de ambas
opciones; o mantener en noviembre que la
subida de las pensiones estaba garantizada y terminar el año diciendo que eso
no puede hacerlo un Gobierno en funciones.
Pero
no, la frase no es moderna, sino que acaba de cumplir 200 años: la pronunció el
coronel Rafael del Riego en Las Cabezas de San Juan a las ocho de la mañana del
1 de enero de 1820 dirigiéndose a las tropas embarcadas para América como parte
de un manifiesto liberal para restaurar la
Pepa, la Constitución promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812 y derogada
por Fernando VII el 4 de mayo de 1814. El Pronunciamiento de Riego fue un
chispazo que prendió en otras fuerzas militares y acabó forzando al Rey a jurar
la Constitución gaditana el 10 de marzo de 1820 con su famoso “Marchemos
francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando á la
Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en
otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias”.
El
trienio liberal que así comenzó no fue especialmente brillante pues no se logró
cumplir el ambicioso programa reformista de la Constitución de Cádiz: se
consumó la independencia de la gran mayoría de territorios americanos (a pesar de que el artículo 1 de la
Constitución afirmaba que “La nación española es la reunión de los españoles de
ambos hemisferios”); no se logró la abolición de los señoríos (a pesar de que
se declaró en vigor el decreto de 1811 por el que se suprimían); la reforma de
la Administración se vio dificultada por la falta de fondos, incluso por un
empréstito ruinoso que supuso la quiebra de la Hacienda Pública y agudizó una
crisis económica. Los Cien mil hijos de
San Luis acabaron fácilmente con un régimen liberal que no estuvo a la
altura de la oportunidad histórica que se le presentaba y que no consiguió
suficiente apoyo popular, como supo narrar muy bien Benito Pérez Galdós en La Fontana de Oro, el café en el que se
reunía la sociedad patriótica “Amigos del Orden” compuesta por liberales exaltados: la división entre estos y los
liberales doceañistas, la constante conspiración de Fernando VII y sus
partidarios, la impotencia de los Gobiernos liberales, etc., todo queda
perfectamente reflejado en la obra de Pérez Galdós que, desde su perspectiva
liberal, juzgó con gran dureza el trienio.
Quizás
por todo ello, ni el Estado ni la Junta de Andalucía han organizado actos para
conmemorar el bicentenario del Pronunciamiento y solo una asociación cultural
de Las Cabezas de San Juan se esfuerza por mantener viva su memoria. Sin
embargo, este levantamiento liberal -y el triste y trágico final de Riego - no
fue en vano porque, a pesar de su fracaso momentáneo, el Trienio sirvió para
plantar definitivamente la semilla de la libertad (aprobó el Código Penal de
1822, base de todos los demás), la separación de poderes y el Gobierno
parlamentario, que terminaría germinando en la magnífica constitución de 1837,
ejemplo de cómo los liberales aprendieron de sus errores y supieron unirse para
enterrar el Estado Absoluto y conseguir una constitución pactada. Esta alianza entre las dos facciones
liberales, los moderados y los progresistas consiguió la revolución liberal
tanto en el aspecto político del Estado de Derecho como en el social de la
abolición de los señoríos.
Y
esta es la gran lección que deberíamos de recordar doscientos años después: las
diferencias entre los constitucionalistas son siempre secundarias y menores
cuando se comparan con aquéllas que los separan de los enemigos de la libertad,
y cualquier alianza con ellos de una facción de los constitucionalistas puede
ser muy perjudicial para la supervivencia de la Constitución. Don Benito lo
simbolizó perfectamente al contarnos que el club patriótico de los progresistas
acabó controlado por un absolutista. Esperemos que en estos tiempos difíciles
de 2020 no suceda nada igual.
Comentarios